El escritor
norteamericano Ernest Hemingway fue el primero en advertir las bondades
naturales de Cayo Guillermo situado al norte de la provincia cubana de Ciego de
Ávila. Hasta ese paraje del norte avileño llegó el novelista en sus aventuras
de pesca y bautizó a las cálidas y cristalinas aguas de Playa Pilar.
En ese momento
nadie era capaz de adivinar el futuro de Cayo Guillermo como integrante del
cuarto destino turístico más importante de la Isla: Jardines del Rey.
Años más tarde un
grupo de hombres intrépidos se aventuró a encontrar en la provincia lugares de
interés para el turismo y redescubrió
las potencialidades de la zona.
Uno de esos
investigadores es Edilberto López quien recuerda las peripecias de hace 28 años
cuando iniciaron allí las operaciones turísticas.
¿Qué los atrajo hacia Cayo Guillermo?
En 1979, Ciego de
Ávila prácticamente no poseía playas, el turismo tanto nacional como
internacional era incipiente. Por eso confeccionamos un equipo
multidisciplinario y emprendimos el proyecto de exploración en busca de lugares
con perspectivas para ese fin.
Llegamos a Cayo
Guillermo con amplia referencia acerca de sus bellezas, gracias a informaciones
que nos aportaron algunos pescadores del territorio. A ello se sumaron las
continuas sitas de Hemingway en sus narraciones sobre la zona y otro cayo
cercano conocido como La Media Luna.
¿Qué encontraron al llegar allí por primera vez?
Era un lugar desierto.
Tenía bellas playas y unas dunas altísimas e impresionantes. En un principio
pensamos que eran piedras, pero al descender nos dimos cuenta que constituían
grandes montos de arena formados por la acción del tiempo. Podíamos gritar
eureka, porque además del atractivo natural, el cayo reunía las características
idóneas para el turismo. El único inconveniente era el difícil acceso, lo que no nos amedrentó en
nuestro intento.
¿Cómo pudieron seguir adelante en un lugar tan
inhóspito?
Durante los
primeros pasos nos apoyamos en un pequeño puesto de guardafronteras, donde
dormimos y comimos hasta el verano de 1980 en el que emprendimos el primer
proyecto de servicios al turismo nacional. Acondicionamos el lugar con agua y
una planta generadora de electricidad, adquirimos casas de campaña y luego
montamos un campismo en Playa Pilar. Para llegar allí trasladábamos a los
excursionistas, en barco.
¿Cuándo incursionaron en el turismo internacional?
En ese mismo año aprovechamos
algunas prospecciones sobre las pertinencias de la pesca en la región e invitamos
a unos tour operadores norteamericanos interesados en la captura del macabí.
Con la experiencia
que nos aportó esa empresa, comenzamos a construir ocho habitaciones al este
del cayo, lo que se conoció como “Villa El Paso” sustituido luego por “Villa
Océano”.
Después, la pesca
de altura comenzó a cobrar auge y atrajo a numerosos visitantes italianos y
alemanes, lo que nos impulsó a aumentar el número de habitaciones. Trajimos un
hotel flotante construido en el Puerto de Júcaro, al sur de la provincia. A las
ocho habitaciones existentes se sumaban otras 12 y nueve embarcaciones de
pesca. Con esa pequeña infraestructura nos mantuvimos hasta que la construcción
del predraplén permitió unir a Ciego de Ávila con los cayos y avanzó la
construcción de hoteles, carreteras y se erigió “Villa Cojímar” la primera
instalación turística con servicios amplios en Cayo Guillermo.
¿Luego de 26 años de explotación turística Cayo
Guillermo mantiene su auténtica belleza natural o ya se siente el peso de la
acción humana?
Pienso que en Cayo
Guillermo se ha respetado bastante los valores ecológicos. Al instaurar las
edificaciones intentamos agredir lo menos posible a la naturaleza. En las zonas
de playa erigimos pasarelas por encima de las dunas y establecemos un control
estricto de los desechos y la basura.
¿Qué experimenta cuando vuelve su rostro hacia todo lo
que ha surgido aquí?
Es como en el final
de una película, cuando uno ha vivido con intensidad junto al personaje; los
obstáculos y desventuras que enfrenta para lograr un propósito.
Me lleno de orgullo
y sentimiento porque dimos cada paso con mucho sacrificio. Todo había que
trasladarlo en barco: el cemento, los áridos, el agua, e incluso, a las propias
personas. Ahora puede parecer muy fácil, pero fue una labor de un grupo de
soñadores que como Hemingway se
enamoraron de Cayo Guillermo y su entorno excepcional.
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